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Una buena salud es lo más valioso que uno puede poseer. Esta sencilla verdad atañe tanto a un recién nacido como a un anciano, a una madre, a un médico, a una apersona de la calle, o a un presidente de estado. Siempre que enfermamos o nos encontramos en baja forma, experimentamos ciertos malestares, miedos o depresión que solo se remedian cuando el cuerpo se recupera su anterior estado de salud y vitalidad. Para sentirse bien consigo mismo y con su entorno, hay que poder curarse de cualquier malestar que se sienta. Uno mismo puede hacerlo. 

El estado de salud no es más que un reflejo de cómo cada persona se percibe a sí misma y a su mundo. Esto naturalmente sitúa la responsabilidad sobre el propio bienestar allí donde debe estar: en las manos de cada uno. Una vez conseguida una salud radiante, la persona se encontrará simplemente bien. Puede que se sienta una persona completa por primera vez en su vida.

Los eternos secretos de la salud pueden ayudar a dar vía libre al enorme potencial curativo latente en el interior de cada uno y a restaurar el equilibrio en el cuerpo, la mente y el espíritu. Al utilizar los propios poderes de curación se crea un espacio reconfortante y permanente, una sensación continua de satisfacción, la base de una vida creativa, próspera y gratificante.

Cuando se cae enfermo o cuando el cuerpo envejece de modo anómalo, se puede desarrollar un impulso para buscar el remedio para encontrar un alivio rápido. Hoy en día hay prácticamente un tratamiento o un fármaco para cada enfermedad. 

Nos hacen creer que con solo suprimir o eliminar los síntomas de una enfermedad, como, por ejemplo, el dolor, se radica también la enfermedad misma. Esta idea de la enfermedad parece estar profundamente arraigada en nuestra mente. La farmacéutica desempeña un papel muy importante a la hora de reafirmar esa idea, ya que nos ofrece tratamiento orientados a un solo síntoma.

Nuestra propia impaciencia por ponernos bien inmediato nos convierte, obviamente, en los perfectos candidatos para esos remedios de acción instantánea. Pero cada vez que nos libramos de un síntoma sin atender la causa, nos alejamos de la posibilidad de recobrar el equilibrio necesario para mantener un buen estado de salud y vitalidad.

De este modo, la buena salud no deja de ser un sueño, y nos resignamos a tener cierto grado de mala salud recurriendo a frases como: “bueno, así es la vida” “de algo hay que morir”


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